La expansión urbana por sobre las zonas rurales a nivel mundial es sin dudas un fenómeno que parece estar lejos de poder revertirse. Según un informe de Naciones Unidas de 2014, el 54 por ciento de la población mundial reside en áreas urbanas y se prevé que para 2050 esa cifra llegará al 66 por ciento, tendencia que alcanzará sus picos más altos en países como China, India y Nigeria, que en conjunto representarán el 37 por ciento del aumento previsto. Quizás una de las expresiones más novedosas de este pronóstico sean las “ciudades fantasma” de China, una particular estrategia de urbanización que consiste en la edificación de ciudades enteras -sin tener habitantes- destinadas a convertirse en centros financieros, de exportación e importación. Las ciudades fantasma son impulsadas por los gobernantes como una forma de planificación urbana beneficiosa para el desarrollo social, pero existen múltiples voces que señalan que ese tipo de proyectos dañan las pequeñas economías regionales y desplazan a campesinxs y artesanxs, a la vez que son una forma de corrupción y mal manejo del dinero público. Puede decirse que, en los casos exitosos, estas ciudades son hoy una promesa cumplida bajo la forma de fastuosas urbes con milones de habitantes o, por el contrario, gigantes abandonados a la deriva de promesas truncas en pos de un futuro que nunca llegó.
Entendida como un potente motor de la economía, la urbanización es una de las expresiones de un plan de transición promovido por los sucesivos gobiernos de China que busca pasar de una economía basada en las exportaciones a otra de consumo, a la par del desarrollo de centros financieros de alcance mundial. Asimismo, es sabido que los proyectos urbanísticos son también muy bien recibidos por los gobernantes de otros países, dado que constituye una fuente de demanda de materias primas y productos elaborados para el conjunto de la economía global.
Pero ¿qué son las ciudades fantasma? Es preciso señalar que son un fenómeno –en general de carácter transitorio- producto de la continua urbanización china, un proceso que comenzó en tiempos de Mao Tse Tung, y se aceleró con las reformas de Deng Xiao Peng en los años ‘80 hasta alcanzar su ritmo actual con la urbanización de principios de este siglo. Según señala la BBC, estas ciudades “tienen una característica común: son construidas desde cero antes de que siquiera un residente habite la ciudad o exprese un interés en hacerlo», y su construcción consta de tres fases de desarrollo “una inicial en la que se colocan los cimientos y la infraestructura básica, una segunda fase de crecimiento y una final de madurez”, que en total hacen que el proceso total de construcción tarde entre 10 y 15 años.
Así es que durante todo el proceso de construcción y puesta en marcha, las avenidas, parques y centros comerciales de estas ciudades permanecen vacíos, a la espera del arribo final de sus habitantes. Muchos de estos desarrollos urbanísticos son considerados un éxito, como el caso de Shenzhen, antes una ciudad de pescadores y hoy un centro de finanzas; o Pudong, un distrito de Shanghái que permaneció semivacío por más de diez años desde su construcción, en la década del ’90, y hoy alberga a cinco millones de habitantes.
Sin embargo hay también grandes fracasos, como el caso de Yujiapu, al Norte de China, impulsada como una suerte de réplica del barrio neoyorquino de Manhattan y destinada a convertirse en un nuevo centro financiero. El proyecto, iniciado en 2009, demandó una suma inicial de 50 mil millones de dólares, suma que obligó a contraer deudas insaldables que, sumadas a un contexto de retroceso del mercado inmobiliario chino, terminaron en la suspensión de las obras que dieron como resultado a una verdadera ciudad fantasma, colmada de obras interrumpidas y edificios terminados aún sin habitar.
Pero más allá de estos fracasos, el impulso de este tipo de políticas de urbanización sigue siendo una realidad en China que lejos esta de detenerse, tal como lo evidencia el último plan de urbanización de ese país proyectado para el período 2014-2020, con un costo de 7 billones de dólares destinados para múltiples emprendimientos de estas características.
Una de las consecuencias de estas políticas ha sido la generación de un cambio demográfico sin precedentes en la historia milenaria de China: por primera vez hay más habitantes de ese país que viven en centros urbanos que en el campo, hecho que obligó a miles de familias de campesinos a desplazarse a grandes ciudades, con la consecuente pérdida de empleo, hogar y aptitudes aprendidas, en muchos casos, de generación en generación.
Fuentes consultadas