Una encuesta reveló que más del 90 por ciento de las y los jóvenes islandeses menores a 25 años se declaran ateos, mientras que en el resto de las franjas etarias la mayoría cree que el mundo no se originó por obra de dios sino como consecuencia de un ‘Big Bang’. Los resultados se dan en el marco de una tendencia a la que algunos especialistas señalan como «post-cristianismo». Millenials, religión y espiritualidad en un mundo en el que las certezas se resquebrajan ante el infinito mar de posibilidades de la pantalla de los smartphones.
Si bien la encuesta informa que en total un 46.4% de los islandeses declara adscribir a algún credo religioso, esa cifra es la más baja de los útimos tiempos. Pero la verdadera novedad la dieron las y los jóvenes menores a 25 años quienes casi en su totalidad (93,9%) manifestaron que no creen que el universo sea obra de ninguna divinidad sino el resultado de procesos de evolución relacionados con la teoría del Big Bang.
Sin dudas el hecho se enmarca en una tendencia global entre las y los jóvenes. Un estudio realizado por el Pew Research Center en 2015 señala que –sólo en Europa- se espera que alrededor de 100 millones de personas abandonen la fe cristiana en las próximas décadas. Asimismo, si bien se estima que el cristianismo seguirá siendo el credo con mayor número de fieles, la religión musulmana casi se duplicará: para el año 2050 representará el 10% de la población del continente, en comparación con el 5,9% en 2010.
¿Sociedades post-cristianas?
Un reciente artículo publicado en el diario The Guardian propone pensar a las sociedades venideras como “post-cristianas” dado que las generaciones más jóvenes (entre los 16 y 29 años) declaran no profesar ningún tipo de fé religiosa. “El cristianismo ‘por default’, como una norma impuesta, probablemente es algo que se haya ido para siempre, o al menos por los próximos 100 años”, señala el especialista Stephen Bullivant, profesor de Teología en la Universidad de St Mary en Londres.
Menos religión, más espiritualidad
Más allá de la cuestión del cristianismo, hay una vertiente de especialistas que ponen el foco en las prácticas de las y los jóvenes y su relación con el advenimiento de las nuevas tecnologías. Uno de los factores para entender el desinterés de los jóvenes en las religiones es el hecho de que la tecnología abre infinitas puertas a una velocidad nunca antes experimentada por otras generaciones. Las visiones dogmáticas se desvanecen ante un mundo de posibilidades en constante movimiento y apertura. Otro factor es el hecho de que los jóvenes pueden no ser religiosos, pero sí espirituales. El auge de prácticas como el yoga y la meditación, entrar en contacto con uno mismo y con la naturaleza, implica un interés más ligado a la búsqueda de la autoconciencia que a la adopción de formas establecidas e impuestas desde el afuera, como suele ocurrir con las instituciones religiosas.
Estamos experimentando profundos cambios en múltiples niveles que van desde la forma en que trabajamos, cómo nos percibimos y relacionamos con los demás, hasta aquello en lo que creemos. Lejos de desaparecer, las religiones enfrentan el desafío de interpelar a nuevas subjetividades que experimentan cambios nunca antes vividos por otras generaciones. Por otro lado, la creciente necesidad de explorar(nos) y expandir nuestra conciencia se erige como una búsqueda individual y colectiva de nuestros tiempos. Quizás la única certeza sea que el mundo de los relatos únicos y las formas rígidas ha caído y que nuestro presente, en constante movimiento, es un fluír de caminos múltiples y diversos.